viernes, 29 de octubre de 2010

Relatoría clase 13 de febrero de 2010 - Seminario Educacion Ambiental II

Realizada: MANUEL URREA.
Archivos Mp3: 031 al 044

La década de los 60 se caracterizo por ser un periodo donde las acciones en defensa del ambiente se hicieron mas visibles y estuvieron mejor diseminadas entre la sociedad en su conjunto. Numerosos estudios han revisado esas acciones considerándolas como un movimiento ecologista en el que participaban muchos individuos representantes de las diferentes esferas de lo social.

La naturaleza es la base de todo, la naturaleza es la base del desarrollo económico, se tiene la idea de que los recursos naturales son ilimitados que son fuente de recursos para la existencia de la sociedad y un hombre que es usuario desprevenido o huésped heredero de los bienes de la naturaleza.

El primer desafío que enfrentamos es posibilitar la sobrevivencia de nuestra especie dentro de los límites biofísicos del planeta, reconociendo y visibilizando la existencia de tales límites. Este desafío supone una transición desde la perspectiva antropocéntrica hacia la perspectiva de la sustentabilidad, ubicando a las sociedades humanas dentro de un sistema natural mayor, que es el sistema biofísico planetario.

Este sistema planetario en que estamos inmersos posee limitaciones físicas y cuenta con recursos finitos, estructurados en sistemas físicos y biológicos conectados entre sí y destructibles.

Los diversos subsistemas que integran este sistema mayor se caracterizan por su diversidad, equilibrio, complejidad y fragilidad.

Entonces, el desafío que enfrentamos -si queremos sobrevivir como especie- es aprender a vivir dentro de esos límites  y características biofísicas del sistema que nos alberga. Esta evidente realidad  debe ser el punto de partida fundamental para nuestros sistemas  económicos, tecnológicos, sociales y políticos.

Por cierto, el reconocimiento de la importancia de la sustentabilidad y la necesidad de resguardar el equilibrio en el sistema planetario, no significa cerrar la posibilidad de buscar la ampliación de las potencialidades planetarias a través del conocimiento y la tecnología, ni impide la utilización de estas potencialidades.

El desafío de reconocer e internalizar la existencia de límites es crucial para la especie humana, a fin de asegurar la preservación de un planeta sano y un sistema de conocimiento adecuado sobre éste, para posibilitar la subsistencia de futuras generaciones.

Los desafíos de la sustentabilidad, frente al proceso de globalización vigente y al modelo neoliberal imperante, requieren supeditar los mecanismos de mercado al resguardo del medio ambiente y al respeto y ejercicio de los derechos humanos, sociales, laborales y ambientales, reconocidos en los sistemas normativos nacionales y en Naciones Unidas. Hoy día este reconocimiento implica declaración de principios, pero su operatividad está en franco retroceso frente al proceso de globalización neoliberal. Un primer paso sería lograr la preeminencia de los acuerdos y declaraciones de Naciones Unidas sobre la preeminencia de los acuerdos ambientales multilaterales por sobre  los marcos impuestos por la Organización Mundial de Comercio (OMC), el ALCA , TLC u otros acuerdos de libre comercio

Los problemas ambientales se hacen evidentes: a mayor producción  mayor consumo y mayor riqueza. El progreso significa que siempre vamos a estar mejor que antes, La ciencia y la tecnología nos van a resolver todos los problemas para poder subsistir en este planeta.

Según Maltus los recursos del planeta tierra crecen en un forma de progresión aritmética, mientras que los niveles de población crecen de una forma geométrica, lo que causa un desbalance en la estructura el ecosistema del  planeta. La población crece y los recursos no alcanzan para mantener el ciclo biológico.


El espíritu capitalista de maximizar las ganancias, aunado a la tesis del progreso infinito va a servir de combustible a la expansión del mundo occidental en los siguientes 500 años.

También producto de este proceso conocido como “La Modernidad” va a ser la Revolución Industrial, pues este modelo histórico-cultural va a equiparar el concepto de progreso con el de avance o desarrollo tecnológico-industrial; así, se consagraron la eficacia y el rendimiento material como únicas vías para alcanzar el progreso, progreso que a su vez fue (y es) identificado con lo nuevo, lo novedoso como supremo valor.

Para la modernidad, es decir nuestra cultura, lo nuevo es sinónimo de mejor, de superior, por lo que toda novedad es siempre una superación, un avance que viene a llenar una carencia (real o inducida), o a completar un proyecto (individual o colectivo) que se traduce en el ámbito tecnológico-comercial en una perenne carrera por adquirir, por consumir siempre lo nuevo, lo novedoso, lo último del mercado, carrera que no tiene fin por cuanto jamás puede ser satisfecha.

Así, las ideas de progreso y desarrollo, entendidas como un crecimiento permanente e ilimitado, potenciadas por la ciencia y su hija la técnica, sumadas al insaciable deseo de acumulación material del capitalismo, han provocado la impresionante sujeción y dominio de la naturaleza por parte del hombre moderno, necesarias por lo demás para obtener de ella las materias primas indispensables para mantener el ritmo de producción-consumo-desecho inherente al espíritu de este modelo histórico-cultural.

Pero la actual crisis ambiental nos indica que este modelo liberal-industrial-productivista ya no puede perpetuarse sino ofreciendo a la vez más y peor: más destrucción, más despilfarro, más desigualdad, más exclusión, más reparaciones de las destrucciones, más programación de los individuos, más prozac para los ruidos de esas reparaciones.

El discurso ambiental ha revelado la tremenda contradicción del mito del progreso promovido por la razón técnica e instrumental de la modernidad que prometía llevar al hombre a la conquista del futuro pero que simultáneamente lleva en su seno la negación y destrucción de ese futuro. Los discursos ecológicos y posmoderno cierran filas en torno a la propuesta de abandonar el pensamiento reduccionista, símbolo de la modernidad, cuestionando la lógica cosificadora y mercantilista del capitalismo.

El pensamiento ecológico, que sirve de fundamento al actual cuestionamiento de la legitimidad del mito del progreso y desarrollo perenne y lineal y por ende del modelo liberal-capitalista, se yergue en el horizonte como una de las principales armas con las que se libra la actual batalla ideológica entre la parte agonizante de la modernidad y el nuevo modelo de civilización que ha de nacer como requisito indispensable para la supervivencia de la especie humana.

Es frecuente confundir crecimiento económico con desarrollo. Una región del planeta puede presentar un fuerte crecimiento económico, pero este crecimiento puede engendrar numerosos problemas como la destrucción del contexto natural o un incremento de la desigualdad en vastos sectores de la población.

Es por eso que nuestra noción de desarrollo considera no sólo el incremento de indicadores cuantitativos de la economía  (lo cual haría equivalente este término a un mero crecimiento económico), sino también en su impacto social, reflejado necesariamente en una mejora de la calidad de vida de la población. Además, una condición básica para el desarrollo es que éste debe ser durable, es decir, caracterizado por una dinámica que responda a las necesidades del presente sin comprometer las capacidades de las generaciones futuras. La noción de desarrollo durable puede ser resumida en cuatro imperativos. Una discusión acerca de cuál de los cuatro imperativos es más importante nos conduciría a una aporía (Enunciado que expresa o que contiene una inviabilidad de orden racional)sin solución. Es necesario por consiguiente intentar reconciliarlos, sin que ello implique la anulación o disminución de uno de ellos frente a los otros. Los imperativos para un desarrollo durable pueden ser resumidos de la siguiente forma:

a.      El imperativo ecológico de preservación de la biodiversidad y de vivir dentro de las posibilidades biofísicas que nos ofrece nuestro planeta. Esto último quiere decir que debemos considerar que vivimos en un mundo cuyos recursos biológicos no son inagotables o regenerables deforma espontánea.

b.      El imperativo social de garantizar el desarrollo de sistemas de gobierno que puedan, de forma efectiva, fomentar la cohesión de los pueblos y gobernar en consecuencia con un saber holístico, es decir, donde las decisiones políticas tengan en cuenta el conjunto de la realidad. Es el principio de gobernar es saber. 

c.      El imperativo económico de garantizar a escala planetaria la reproducción permanente de la base material para la vida del Hombre y en especial su sustento alimenticio.

d.      El imperativo cultural de preservación  y renovación del patrimonio tangible e intangible, de los saberes acumulados, de la identidad y la diversidad culturales.

Los cuatro principios antes mencionados, que constituyen cuatro desafíos cruciales, se interpelan entre sí. Si no satisfacemos el imperativo económico, no podríamos satisfacer las necesidades básicas de gran parte de la población, si no seguimos el imperativo ecológico corremos el riesgo de destruir los sistemas de vida necesarios para nuestra supervivencia, sin el imperativo social y cultural el ser humano no tendría una guía suficiente para conducirse en la vida en lo individual y colectivo. Un crecimiento equitativo y armónico de los recursos ecológicos, económicos, sociales y culturales que posee una determinada comunidad es de fundamental para la puesta en marcha de un desarrollo realmente duradero.

Desarrollo sostenido / sostenible / sustentable.

Un desarrollo es sostenido cuando prosigue, cuando el proceso se mantiene firme, alcanzando metas y objetivos previstos de antemano. Se habla de un proceso de desarrollo sostenible cuando puede mantenerse por sí mismo en el tiempo, en buena parte gracias a los beneficios que se van alcanzando en los diferentes campos sobre los que aquel actúa (social, cultural, político, productivo, etc.). En la actualidad, el “por sí mismo” tiende a estar referido fundamentalmente a la capacidad económica de un país o región para llevar adelante su desarrollo sin ayuda exterior ni merma de los recursos naturales existentes. En tal caso, se lo conoce como desarrollo sustentable, o sea, el provisto de recursos económicos y financieros necesarios y que puede defenderse con razones que el modelo acepta como válidas. Como puede verse, existen claras diferencias entre las tres formas de entender el desarrollo.

“La crisis ambiental es una crisis de civilización. Es la crisis de un modelo económico, tecnológico y cultural que ha depredado la naturaleza y negado a las culturas alternas. El modelo civilizatorio dominante degrada el ambiente, subvalora la diversidad cultural y desconoce al Otro (al indígena, al pobre, a la mujer, al negro, al Sur) mientras privilegia un modo de producción y un estilo de vida insustentables que se han vuelto hegemónico en el proceso de globalización.

La crisis ambiental es la crisis de nuestro tiempo. No es una crisis ecológica, sino social. Es el resultado de una visión mecanicista del mundo que, ignorando los límites biofísicos de la naturaleza y los estilos de vida de las distintas culturas, está acelerando el calentamiento global del planeta. Este es un hecho antrópico y no natural. La crisis ambiental es una crisis moral de instituciones políticas, de aparatos jurídicos de dominación, de relaciones sociales injustas y de una racionalidad instrumental en conflicto con la trama de la vida.

El discurso del “desarrollo sostenible” parte de una idea equívoca. Las políticas del desarrollo sostenible buscan armonizar el proceso económico con la conservación de la naturaleza favoreciendo un balance entre la satisfacción de necesidades actuales y las de las generaciones futuras. Sin embargo, pretende realizar sus objetivos revitalizando el viejo mito desarrollista, promoviendo la falacia de un crecimiento económico sostenible sobre la naturaleza limitada del planeta. Mas la crítica a esta noción del desarrollo sostenible no invalida la verdad y el sentido del concepto de sustentabilidad para orientar la construcción de una nueva racionalidad social y productiva.

El concepto de sustentabilidad se funda en el reconocimiento de los límites y potenciales de la naturaleza, así como la complejidad ambiental, inspirando una nueva comprensión del mundo para enfrentar los desafíos de la humanidad en el tercer milenio. El concepto de sustentabilidad promueve una nueva alianza naturaleza-cultura fundando una nueva economía, reorientando los potenciales de la ciencia y la tecnología, y construyendo una nueva cultura política fundada en una ética de la sustentabilidad –en valores, creencias, sentimientos y saberes- que renuevan los sentidos existenciales, los mundos de vida y las formas de habitar el planeta Tierra

La economía se convirtió en economía ecológica, la ecología se convirtió en ecología política, y la diversidad cultural condujo a una política de la diferencia. La ética se está transmutando en una ética política. De la dicotomía entre la razón pura y la razón práctica, de la disyuntiva entre el interés y los valores, la sociedad se desplaza hacia una economía moral y una racionalidad ética que inspira la solidaridad entre los seres humanos y con la naturaleza. La ética para la sustentabilidad promueve la gestión participativa de los bienes y servicios ambientales de la humanidad para el bien común; la coexistencia de derechos colectivos e individuales; la satisfacción de necesidades básicas, realizaciones personales y comportamientos sociales hacia un futuro justo y sustentable para toda la humanidad.

La ética para la sustentabilidad plantea la necesaria reconciliación entre la razón y la moral, de manera que los seres humanos alcancen un nuevo estadio de conciencia, autonomía y control sobre sus mundos de vida, haciéndose responsables de sus actos hacia sí mismos, hacia los demás y hacia la naturaleza en la deliberación de lo justo y lo bueno. La ética ambiental se convierte así en un soporte existencial de la conducta humana hacia la naturaleza y de la sustentabilidad de la vida.

¿El Ambientalismo, o ecologismo, como un nuevo paradigma?

A partir de mediados de la década de los 60 y en las décadas posteriores se fueron desarrollando un amplio y confuso conjunto de ideas alrededor del tema del ambiente y de su relación con las actividades y actitudes de la sociedad. Estas ideas se corporizaron en un no menos confuso movimiento social y político que fue creciendo y expandiéndose tanto en ideas como lugares. Empezó con ciertas características en los países anglosajones, se extendió después en el resto de los países desarrollados y se volcó finalmente, siempre en transformación, a los países subdesarrollados. Durante este proceso se vio enriquecido con nuevas ideas y conceptos, pero también se fragmentó en diferentes corrientes, dando como resultado final una gran cantidad de movimientos que lo único que tienen en común es su preocupación por su objetivo final: las relaciones socioambientales.

Hoy, la ecología, el ambientalismo y los problemas ecológicos son términos intercambiables cuya disciplina y objeto de estudio se mezclan en el lenguaje cotidiano. Una de las características más particulares del ambientalismo es que ha pasado a ocupar un lugar en el sentido común de la gente, es parte de lo cotidiano, infaltable en las proclamas políticas y referencia obligada en el discurso público de los empresarios.

Desde el punto social, cuando comienzan a crecer los problemas urbanos, relacionados con la gran migración del campo a la ciudad y con la expansión acelerada de las grandes ciudades. Aparecen los problemas de hacinamiento, transporte, fragmentación social y territorial, inseguridad y también de contaminación. La metáfora urbana no es la alegría de París, sino las sórdidas calles de Nueva York o la atmósfera contaminada de Los Ángeles. En contra de todo esto el ecologismo ofrece la vuelta a una naturaleza limpia, segura y sabia. No parece tener importancia si esta vuelta es factible o no, lo que importa es tener una nueva ilusión.

El exceso de construcciones modifica el suelo y puede originar catástrofes. Así, durante lluvias torrenciales, los suelos recubiertos de asfalto no logran retener las aguas, que corren violentamente, y pueden inundar la ciudad en pocas horas.

Dentro de las ciudades, se plantean otros problemas, relativos especialmente a la contaminación. En los países subdesarrollados, los sistemas de alcantarillado urbano no están adaptados al creciente número de habitantes, y los nacimientos de agua potable se contaminan paulatinamente, comprometiendo el suministro de agua a la población.

Los automóviles también generan complicaciones: los gases de escape forman una nube de contaminación tóxica, el smog. Ciudades como Londres, Los Ángeles, Atenas o México están, periódicamente, asfixiadas.

La Conferencia de las Naciones Unidas de Estocolmo, del 5 al 16 de junio de 1972 fue el inicio de la preocupación mundial por el Medio Ambiente Humano. En el contexto internacional, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Ambiente que se llevó a cabo en Estocolmo en 1972, fue una divisoria de aguas puso la cuestión de la ecología en la agenda global y abrió el debate acerca de sus parámetros. Por primera vez, se reunieron las naciones para considerar el estado del planeta Tierra. Por primera vez integramos el escenario en la acción de la obra. Nada volvería a ser igual, porque después de Estocolmo nos vimos obligados a mirarnos a nosotros mismos de maneras fundamentalmente diferentes.

Estocolmo promulgó la Declaración Internacional sobre el Ambiente que fue el comienzo, una base sobre la cual levantar, si no un monumento sobre la supervivencia humana, al menos algunos pilotes esenciales para mantener la Tierra como lugar adecuado a la vida humana. Un logro fundamental de la conferencia de Estocolmo fue la agudización de la conciencia mundial de la polución.

La declaración de Estocolmo desemboca veinte años más tarde en la Declaración de Río o Eco 92 donde se definen los derechos y responsabilidades de las naciones en la búsqueda del progreso y del bienestar de la humanidad.



Ambientalismo, ONG´s y partidos verdes

 Desde un principio estos movimientos fueron muy bien manejados, tanto en lo que hace pública como su capacidad para obtener financiamiento. Los ambientalistas comenzaron a actuar en tres tipos de organizaciones diferentes:

Los que abogaban por un ecologismo "profundo" por lo general despreciaron toda forma organizativa institucional y prefirieron las pequeñas organizaciones locales, muchas veces formadas a partir de estudiantes universitarios. Estas organizaciones a veces optaban por retirarse a lugares aislados, donde intentaban reconstruir lo que para ellos era el modo de vida original del hombre (pequeños grupos aislados, autosostenidos).

Transformándose en un movimiento redentor y mesiánico, casi fundamentalista, inflexible y poco apegado a recibir críticas, ni desde adentro ni desde afuera. Su discurso es generalmente utópico, sin plantear salidas concretas sino ideas generales para un mundo mejor, lo que lo aleja mucho de los sectores de la población cuyas necesidades son demasiado inmediatas para aceptar este tipo de movimientos. Plantea algunas soluciones como la vuelta a la naturaleza. Obviamente inviable, en un mundo donde el 50% de la población es urbana. Muchas veces el ambientalismo ha pecado de cierta ingenuidad que lo transforma usualmente en un movimiento retrógrado y elitista a negarse a analizar otros aspectos de los problemas ambientales que no sean los estrictamente naturales.

Los otros grupos ambientalistas se institucionalizaron bajo lo que luego pasó a llamarse en todo el mundo "organizaciones no gubernamentales" (ONG´s). Algunos como grupos pequeños y medianos, muy focalizados en intereses locales y específicos, donde se han hecho un importante lugar en la opinión publica, adonde aparecen como la voz popular que representa los intereses del hombre común. Si bien en su mayoría han sido grupo de personas pertenecientes a la clase media, en los últimos años ha crecido el número de organizaciones ubicadas en áreas de menores ingresos, sobre todo en los barrios urbanos más pobres, con intereses que están casi siempre ligados a las condiciones ambientales urbanas.

Algunos grupos ambientalistas, por diferentes circunstancias, comenzaron a crecer y tomaron una dimensión primero nacional y luego internacional. Entre estos grupos podemos nombrar a Greenpeace, Earth First, Amigos de la Tierra o Conservation Internacional. Tal vez la historia de Greenpeace es un buen ejemplo:

Un viejo barco atunero con doce idealistas a bordo, que avanza por las aguas de la costa oeste de Alaska hacia el archipiélago de las Aleutianas. Una misión desmesurada: frenar los ensayos atómicos de los Estados Unidos en la isla de Amchitka, un paraíso de nutrias, de mar y aves rapaces. Emilio Salgari, Herman Melville y Jack London parecen haber inspirado esta historia romántica. Pero fue tan real, que marcó el nacimiento del movimiento ecologista y pacifista más extendido y eficaz del mundo.

Conservar o Preservar?

Mucho se escucha hablar sobre el medio ambiente y referirse al cuidado y protección que se le brinda al mismo como “preservación del ambiente”. Pero realmente ¿preservamos los recursos naturales con las acciones que llevamos a cabo para mejorarlo?

Las personas expertas en gramática y vocabulario, así como los más importantes diccionarios de la lengua española nos dicen que “preservar es sinónimo de guardar o poner a salvo algo, o sea, no tocar algo para protegerlo de cualquier daño posible.” Bajo esa definición se deduce que un cuadro colgado en un museo se preserva de la mano de las personas visitantes que solo lo pueden mirar y no se les permite tocarlo porque de lo contrario se dañaría rápidamente. Entonces, si preservamos los recursos naturales como el agua de un río o lago o las flores silvestres, solo podríamos mirarlos y no tocarlos como lo hacemos hoy día.

Conservar el medio ambiente es el conjunto de acciones personales o grupales para mejorar y mantener las características originales de los recursos naturales. Bajo este concepto se invita al uso limitado, cuidadoso y responsable de los recursos sin causarles daño permanente. Es utilizar los recursos y servirse de ellos de forma moderada pensando en el gran valor que tienen para la vida de las generaciones actuales y las del mañana.


Ecologistas y ambientalistas

Soy consciente de que muchos individuos orientados hacia el ecologismo utilizan indistintamente “ecología” y “ambientalismo”. Aquí yo desearía establecer una distinción conveniente semánticamente. Por “ambientalismo” propongo designar una perspectiva mecanicista e instrumental que veía naturaleza como un hábitat pasivo, compuesto de “objetos” tales como animales, las plantas, y los minerales, que deben administrarse del modo más aprovechable para el uso humano.

Según mi utilización del término, el “ambientalismo” tiende a reducir la naturaleza a un depósito de “recursos naturales” o “materia primas”. Dentro de tal contexto, muy poco puede extraerse del vocabulario ambientalista que se fundamente en una naturaleza social.

Las ciudades devienen “recursos urbanos”. Si la palabra “recursos” aflora tan frecuentemente en las discusiones ambientalistas sobre naturaleza, ciudades e individuos, hay un factor, mucho más importante que el mero uso del término, que esta en cuestión.

El ambientalismo, tiende a considerar el proyecto ecologista para lograr una relación armónica entre la humanidad y la naturaleza, más como una tregua que como un equilibrio permanente.

La armonía de los ambientalistas se centra en el desarrollo de nuevas técnicas para saquear el entorno natural con la menor alteración posible del hábitat humano.

Los ambientalistas no cuestionan la premisa más básica de la sociedad contemporánea: que la humanidad debe dominar la naturaleza. Más bien, trata de favorecer esta noción mediante el desarrollo de técnicas que reduzcan los riesgos ocasionados por la irreflexiva expoliación del medio ambiente.

Biología de la conservación

La biología de la conservación es una reciente disciplina científica de síntesis que surgió en la década del 70, y con mayor fuerza en la del 80, como respuesta a la inminente pérdida de la diversidad biológica.

Se ocupa de explorar las causas de la disminución y la rareza de las especies y qué se puede hacer para disminuir los problemas de las poblaciones amenazadas.

Es una disciplina amplia, que necesita contribuciones de campos tan diferentes como la ecología, la genética, la biogeografía, la biología del comportamiento, las ciencias políticas, la sociología, la antropología, etc.



Existen tres principios que guían la biología de la conservación

        La evolución es el único mecanismo capaz de explicar los patrones de biodiversidad que vemos en el mundo hoy, por lo que las respuestas a los problemas de conservación deben ser desarrolladas dentro de un marco evolutivo.

        El mundo ecológico es dinámico y no se mantiene en equilibrio (al menos no indefinidamente), y la regulación de la estructura y el funcionamiento de los ecosistemas es llevada a cabo frecuentemente por procesos externos.

        Los seres humanos son y continuarán siendo parte de los sistemas ecológicos, por lo que la presencia humana debe ser incluida en el planeamiento de la conservación.

El campo de la biología de la conservación está avanzando en dos frentes respaldados por dos conjuntos de ideas que se superponen en parte (Caughley, 1994). Estos dos enfoques


¿Qué propone la idea de ecología social?

En términos concretos:

¿Qué temas atormentadores propone la ecología social a nuestro tiempo y al futuro? Al restituir una vinculación más avanzada con lo natural,

¿será factible lograr un nuevo equilibrio entre humanidad y naturaleza mediante una sensitiva educación de nuestras prácticas agriculturales, nuestras áreas urbanas y nuestras tecnologías a los requerimientos naturales de una región y de los ecosistemas que fa componen?

 ¿Podemos lograr una drástica descentralización de la agricultura que haga posible cultivar la tierra como si fuese un jardín, equilibrado por la diversidad de su fauna y flora?
¿Requerirán tales cambios la descentralización de nuestras ciudades en comunidades a escala moderada, generando una nueva y armónica relación entre aldea y campo?

 ¿Qué tecnología se requerirá para lograr estas metas, evitando el incremento de la polución del planeta?

 ¿Qué instituciones se precisarán para crear una nueva esfera pública, que relaciones sociales serán necesarias para dar origen a una nueva sensibilidad ecológica, que formas de trabajo para volver creativa y gozosa la práctica humana, qué tamaño y población tendrán las comunidades a escala humana para ser controlables por todos?

 ¿Qué tipo de poesía? Cuestiones concretas: ecológicas, sociales, políticas, de comportamiento se nos abalanzan como un torrente que hasta hace muy poco fue refrenado por las ideologías y los hábitos de pensamientos tradicionales.

Que no nos quede ninguna duda al respecto: las respuestas que encontremos a tales cuestiones tendrán una relación directa con la habilidad humana para sobrevivir en el planeta. Las tendencias de nuestro tiempo están visiblemente dirigidas contra la diversidad ecológica: de hecho, apuntan hacia una brutal simplificación de la biosfera íntegra.

Las complejas cadenas alimentarías vienen siendo socavadas despiadadamente por la aplicación de técnicas industriales en la agricultura, con el resultado, en muchos lugares, de ver los suelos transformados en esponjas absorbentes de fertilizantes químicos.

El monocultivo sobre enormes superficies de tierra está borrando la variedad natural, agrícola y aún fisiográfica. Inmensos cinturones urbanos están usurpando implacablemente la campiña, sustituyendo la fauna y flora por hormigón, metales y vidrio y envolviendo vastas regiones en una nube de polucionantes atmosféricos.

En este masivo mundo urbano, la experiencia humana se toma cruda y elemental, sujeta a toscos estímulos y a una crasa manipulación burocrática. Una división nacional del trabajo está reemplazando la variedad regional y local, reduciendo continentes enteros a inmensas fábricas humeantes y convirtiendo las ciudades en ostentosos supermercados.

La sociedad moderna está poniendo en peligro la complejidad biótica lograda por la evolución orgánica. El gran movimiento vital, desde los más simples hasta las más complejas formas y relaciones, está siendo revertido en dirección a un medioambiente que será capaz de soportar sólo formas simples de vida.

De continuar este retroceso de la evolución biológica al socavarse las tramas alimentarías de las que depende la humanidad, estará en peligro la supervivencia misma de la especie humana. Si continúa la reversión del proceso evolucionarlo, hay buenas razones para creer que las precondiciones necesarias para la existencia de formas complejas de vida serán destruidas irreparablemente y que el planeta será incapaz de mantenernos como una especie viable.

En esta confluencia de crisis sociales y ecológicas no podemos permitirnos carecer de imaginación: no podemos seguir ignorando al pensamiento utópico. Las crisis son demasiado serias y las posibilidades demasiado arrebatadoras como para ser resueltas mediante los modos habituales de pensamiento, aparte de ser éstos los originadores de dicha crisis.

Una particularidad interesante que diferencia al movimiento ecológico de otros movimientos sociales y políticos y, por lo tanto asigna mayor valor a su proceso de analisis, es precisamente su singularidad: la inexistencia de un cuerpo social definido. Es decir, el movimiento ecológico careció de una base, forjada e instituida socialmente por sus luchas, sino que se constituyó por la interacción de muchos cuerpos sociales, culturales y políticas de diferentes tipos de sociedad, regimenes políticas y estilos de vida contemporáneos.

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